
En una abrupta ladera, allá en Berkshire Downs (Inglaterra), entre paisajes poblados desde hace miles de años, yace un monumento antiguo y de apariencia estilizada. El monumento está recortado en el césped, que desvela bajo su verdor una blanca figura de creta en donde muchos creen ver un caballo.
Algunos anticuarios afirman que es de origen celta y honra la figura de Epona, diosa de la fertilidad. Otros prefieren atribuir su creación a los romanos, aunque eso suponga ignorar que este estilo artístico no se dio en ningún otro lugar del Imperio. Una pequeña minoría opina que fueron los sajones quienes tallaron la figura en honor a Hengist, su gran caudillo. Es más, cerca del monumento se encuentra el castillo de Uffington, donde se hayan las ruinas de un fuerte de la Edad de Hierro que más tarde sería ocupado por los sajones. Pero no solo eso, sino que además en el estandarte de Hengist encontramos representado un caballo blanco.
Sin embargo, los lugareños se inclinan por otra opción. Las leyendas locales cuentan que, tras la marcha de los romanos de Bretaña, un dragón comenzó a aterrorizar el lugar. Sin tregua ni descanso, la bestia devoraba el ganado y los cultivos para alimentar su insaciable apetito. Los lugareños, desesperados por la supervivencia de sus asentamientos decidieron que cada primavera ofrecerían a la bestia una joven virgen. De esta forma se selló un pacto profano, un pacto que rendía veneración al dragón y apartaba a los lugareños la fe cristiana, aún en pañales, que acababa de llegar a la isla.
Al enterarse de las extrañas prácticas paganas, un sacerdote decidió viajar a Uffington para propagar la bondad evangélica. El sacerdote quedó horrorizado al descubrir los sacrificios humanos que se habían llevado a cabo, de forma que convocó en nombre de Dios al dragón y se preparó para la batalla. Así, enfrentó su fe cristiana al poder satánico del dragón. Tras una épica lucha, el sacerdote consiguió matar a la bestia, cuya sangre hirvió y corroyó su carne y huesos. La sangre ardiente se deslizó por la colina, dejando para siempre una huella sobre esta.
El sacerdote dedicó el resto de su vida a restablecer la fe cristiana entre los nativos paganos y permaneció en el poblado hasta el día de su muerte. Fue enterrado bajo la colina (que pasó a llamarse Dragon Hill o “colina del dragón”), donde, según las leyendas, su espíritu permaneció para proteger al poblado y asegurarse de que el dragón jamás se alzara de nuevo. En un edicto real del siglo X, se hace también referencia a esta colina como Eccles Beorh, o “Iglesia del túmulo”.
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